Cómo influye la alimentación en nuestros niveles de colesterol
El aumento de colesterol está relacionado sobre todo con el consumo de grasas de origen animal, grasas saturadas y grasas trans.
Ambas grasas están directamente relacionadas con el aumento de colesterol en sangre, el desarrollo de arterioesclerosis y el aumento del riesgo de enfermedad cardiovascular (principal causa de morbimortalidad en España). El consumo excesivo de grasas saturadas y el consumo de grasas trans tiene un doble efecto sobre el colesterol: por un lado, favorece el aumento del LDL-c (el “malo”) y, por otro, disminuye e impide la acción del HDL-c (el “bueno”). Además, el consumo de ácidos grasos trans provoca en el organismo un efecto más negativo aún que la grasa saturada, por lo que no debemos consumir grasas trans, y debemos reducir el consumo de grasas saturadas.
Las grasas saturadas se encuentran en alimentos de origen animal, como carnes, embutidos, leche y sus derivados; y en aceites de origen vegetal, como los aceites de coco o de palma, que se consumen a través de bollería industrial, aperitivos salados y productos transformados, principalmente. Así, los alimentos ricos en grasas saturadas forman parte del vértice de la pirámide de la alimentación saludable y, por lo tanto, solo deberían consumirse de forma esporádica.
Las grasas trans se forman a partir de ácidos grasos insaturados que se hidrogenan parcialmente, lo que da lugar a grasas más sólidas, más plásticas y más estables. La mayor parte de las grasas trans se producen durante la elaboración de las margarinas y grasas de repostería, como resultado de la hidrogenación parcial o total de aceites vegetales o de pescado insaturados.
También son una importante fuente de colesterol la yema de huevo y el marisco, pero no se ha conseguido demostrar una relación clara entre el colesterol y su consumo y el riesgo cardiovascular. Por tanto, no parecen existir suficientes razones científicas para desaconsejar el consumo de alimentos ricos en colesterol como el huevo o el marisco de una manera tan estricta como hasta hace unos años. Lo que está claro es que es mucho mayor la acción de las grasas saturadas y de los ácidos grasos trans sobre el nivel de colesterol plasmático que el del colesterol de la dieta en sí.