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Obesidad y ejercicio físico

  • Actualidad

En la actualidad, el desarrollo tecnológico y el fulgurante ritmo de vida actual está fomentando hábitos sedentarios, convirtiéndose en uno de los principales factores de riesgo para desarrollar enfermedades de alta prevalencia como diabetes tipo 2, patologías cardiovasculares, osteoporosis o algunos cánceres, entre otros.

Este hecho se está convirtiendo en un verdadero problema de salud pública, observándose en consecuencia un incremento muy notable de la obesidad, considerada actualmente como una de las enfermedades no transmisibles más graves y prevalentes de este siglo.

La obesidad, además de provocar numerosas alteraciones a nivel sistémico y metabólico, también afecta a la función musculoesquelética modificando la capacidad de contracción del músculo, la estructura muscular y los patrones de reclutamiento.

Pero para reducir progresivamente los efectos negativos de la obesidad, ¿Es más importante la dieta o el ejercicio?

Tradicionalmente, esta pregunta ha generado cierta controversia incluso en el propio ámbito científico pero numerosos trabajos de investigación han argumentado que ambas junto con la psicología, son imprescindibles ya que se complementa y retroalimentan entre ellas para mejorar su eficacia.

 

 

En relación al ejercicio físico, este debe ser un elemento fundamental e irrenunciable puesto que solo mediante adecuados programas de ejercicio se consiguen lograr adaptaciones en el sistema psicobiológico, imposible de lograr mediante la nutrición, fármacos u otros medios.

Pero ¿Qué tipo de entrenamiento podemos realizar? Tradicionalmente, el entrenamiento más recomendado ha sido el aeróbico, ya que algunos estudios refieren mejoras en la composición corporal, mejoras en el perfil lipídico, factores de riesgo de carácter cardiovascular, disminución de grasa hepática y visceral y mejor resistencia a la insulina, entre otros beneficios.

Sin embargo, numerosos trabajos científicos han argumentado que intervenciones basadas en caminar u otros estímulos de resistencia media/baja de carácter cíclico (caminar, correr, pasear con la bicicleta) pueden tener escasa eficacia en algún momento de nuestros entrenamientos, por ello el entrenamiento de fuerza y el entrenamiento interválico de alta intensidad (que veremos en posteriores entradas) parecen ser mejores estrategias que el entrenamiento aeróbico.

Diferentes estudios han argumentado que el entrenamiento de fuerza tiene un efecto favorable sobre la composición corporal, aumenta el HDL, disminuye el LDL, reduce la concentración de glucosa plasmática y reduce la presión arterial sistólica y diastólica. Además, también mejora la resistencia a la insulina, la tolerancia a la glucosa y puede prevenir sarcopenia y osteoporosis.

Por otro lado, también mantiene el metabolismo activo y ejerce funciones de regulación hormonal que controla diferentes procesos biológicos como el proceso inflamatorio, muy presente en las personas con obesidad.

Sin duda, la mejor “píldora” para revertir los efectos adversos de la obesidad es el ejercicio, por supuesto bien programado y siempre bajo la supervisión de un profesional del ejercicio que pueda atender a las necesidades y particularidades de cada persona.

 

Autor: Antonio Luque

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